Las trece astronautas a las que cortaron las alas

La historia de las Mercury 13 es el relato de una iniciativa feminista a la que el machismo intrínseco en la sociedad de la década de 1960 “cortó las alas” y, con ellas, las posibilidades de que trece mujeres excepcionales para su época vieran cumplido su sueño de volar al espacio.

Erase una vez...09 de septiembre de 2025 pikaramagazine.com
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La historia de las Mercury 13 es el relato de una iniciativa feminista a la que el machismo intrínseco en la sociedad de la década de 1960 “cortó las alas” y, con ellas, las posibilidades de que trece mujeres excepcionales para su época vieran cumplido su sueño de volar al espacio. Sí pudieron hacerlo sus compañeros, que pocos años después llegaron a pisar la Luna. Tras ellas, tendrían que pasar más de dos décadas hasta que una americana, Sally Ride, en 1983, viajara en el transbordador Challenger fuera del planeta. Antes que ella, solo lo habían hecho dos astronautas rusas: Valentina Tereshkova, en 1963, y Svetlana Yevguénievna Savitskaya, en 1982.

Pocos años después de crearse la NASA, en plena Guerra Fría y en medio de la carrera espacial, dos de los responsables de la selección de astronautas quisieron probar si las mujeres podían superar las mismas pruebas físicas que los hombres fuera de la Tierra. Se trataba del general médico Donald Flickinger y de Randolph Lovelace, que encabezaba el Comité Espacial de Bioastronáutica de la agencia espacial y tenía una fundación dedicada a la investigación. Fue así como surgió el programa secreto WISE (Women in Space Earnest), que el militar llamaba “el programa de las chicas astronautas”. Oficialmente, nunca se vinculó a la NASA.

En 1959, Flickinger contactó con la que sería la primera de las Mercury 13, llamadas así por el programa Mercury de exploración espacial: era Jerrie Cobb, una joven piloto que llevaba volando desde los 17 años y se había enfrentado a mil dificultades para poder ejercer su profesión. Con 28, ya se dedicaba al arriesgado trabajo de transportar aviones militares por el mundo y había ganado el título de mejor piloto, además de tener varios récords mundiales de aviación. Flickinger la fichó para el WISE, pero enseguida no quisieron saber nada del asunto en las Fuerzas Armadas. “¿A cuento de qué venía probar a mujeres?”, le dijeron. Dispuesto a seguir con el programa, implicó a Lovelace, que enseguida vio que Cobb era una candidata perfecta.

En febrero de 1960, en la sede de WISE, la aviadora se enfrentó a las exigentes pruebas diseñadas para los astronautas, algunas incluso más duras de las que habían soportado sus compañeros masculinos (pinchazos con agujas, descargas eléctricas, hielo en los tímpanos, beber agua radiactiva, diez horas de aislamiento sensorial total…) y las superó con creces. No solo demostró que las mujeres eran tan resistentes o más que los hombres, sino que Lovelace comprobó que, como eran más ligeras de peso, consumían menos oxígeno, una ventaja para una pequeña nave espacial. Visto el éxito, el investigador decidió reclutar más mujeres en un nuevo programa que recibió el nombre de Mujeres en el Espacio (Women in Space) y que contó con la financiación de otra famosa piloto, Jackie Cochran.

“Las mujeres se quejaban mucho menos que los hombres”

Enseguida, con ayuda de Cobb, se seleccionó a diecinueve mujeres pilotas, de las que doce fueron seleccionadas: las gemelas Janet y Marion Dietrich, Irene Leverton, Myrtle Cagle, Janey Hart, Gene Nora Stumbough, Jerri Sloan, Rhea Hurrle, Sarah Gorelick, Bernice Trimble Steadman, Jean Hixson y Wally Funk. Las trece habían superado los mismos test que los siete astronautas del programa de viajes tripulados Mercury. Bueno, no exactamente: “Las mujeres se quejaban mucho menos que los hombres”, diría algún ayudante. Pero había un problema. Según la ley, para ir al espacio era imprescindible saber manejar, y además con experiencia, aviones a reacción, pero resulta que desde 1944 estaba prohibido que las mujeres pilotaran aviones militares en Estados Unidos. No obstante, para comprobar cómo ellas pilotaban estas aeronaves, Lovelace había pedido permiso para esta última fase en la base aérea militar de Pensacola.

Entusiasmadas con el programa, muchas de las trece habían dejado sus trabajos como pilotos o instructoras y otras se habían enfrentado a sus maridos y jefes por querer ir al espacio. El chasco fue espectacular porque unos días antes de aquel viaje, recibían un telegrama en el que se les comunicaba que el programa se cancelaba sin ninguna razón aparente. La realidad era que los militares se negaban a que unas mujeres usaran sus instalaciones. Y como era una iniciativa privada, la NASA tampoco quería saber nada, aunque Lovelace trabajara para la agencia.

Fue un varapalo, pero ni Jerrie Cobb ni su amiga Janey Hart, otra de las trece, iban a tirar la toalla, ni siquiera porque héroes espaciales tan reconocidos como John Glenn, el primer estadounidense en orbitar la Tierra (antes lo había hecho el soviético Yuri Gagarin), o Scott Carpenter se opusieran públicamente a tenerlas de compañeras. Cobb y Hart iniciaron una campaña en Washington, escribieron a John F. Kennedy y hasta tuvieron una audiencia pública en el Congreso en julio de 1961 para defender su presencia. No bastó. La batalla política la perdieron. De hecho, Hasta su colega Cochran testificó en su contra, aduciendo que las mujeres debían quedarse en un segundo plano para derrotar a los soviéticos.

Cobb: “No queremos iniciar una batalla de sexos; solo queremos participar en el futuro espacial de nuestra nación”

“Nosotras, las pilotos que queremos participar en la exploración espacial, no queremos iniciar una batalla de sexos. Solo queremos participar en el futuro espacial de nuestra nación. Sin discriminaciones. Ninguna nación ha enviado a ninguna mujer al espacio todavía [la URSS lo haría por primera vez en 1963], nosotras les estamos ofreciendo trece voluntarias”, dijo Cobb en aquella sesión del Congreso. En el mismo foro, Glenn dijo: “Que la mujer no esté en este campo es un hecho de orden social”. Poco después, el presidente Lyndon B. Johnson ordenó archivar todo lo referente a las Mercury 13.

“Podríamos haber enviado a una mujer en vez de al chimpancé”

Como respuesta, ellas recurrieron a los medios de comunicación, pero igual decepción para las frustradas astronautas porque lo que recibieron fue cuestionamiento: ¿por qué no pensaban en casarse en lugar de ser astronautas? ¿Por qué querían competir con los hombres? ¿Cómo unas chicas tan guapas eran pilotos? De este calibre eran las preguntas que les hacía la prensa. Ni siquiera en 1963, cuando la cosmonauta Valentina Tereshkova se convirtió en la primera mujer en viajar al espacio, cambiaron las cosas. Al preguntarle al astronauta de la NASA Gordon Cooper por qué no iba a hacerlo una americana si lo hacía una rusa, su humillante respuesta fue: “Podríamos haber enviado a una mujer en la segunda misión orbital del Mercury en lugar de enviar al chimpancé”. Se cuenta que la sala de prensa estalló en carcajadas, todas masculinas. Aún así, medios como la revista Life, tras el viaje de Tereshkova, las recordaron en sus páginas y al final la NASA tuvo que nombrar como consultora a Cobb. Fue un acto de cara a la galería porque la astronauta no tardó en quejarse de que nadie la consultaba nada.

Con este panorama social, fue imposible que ni ella ni sus compañeras pudieran salir de la atmósfera terrestre con la NASA, aunque fue un sueño que muchas no olvidaron en toda la vida. De hecho, cuando en 1998 la agencia envío de nuevo al espacio a John Glenn, ya con 77 años, con objeto de analizar los efectos del viaje en personas mayores, se hizo una campaña para que la elegida fuera Cobb, pero de nuevo fue rechazada, al igual que lo fue su compañera Wally Funk. Funk, pese a todo, durante muchos años siguió formándose e incluso aprendió a pilotar aviones a reacción por su cuenta. De hecho, por fin en 2021, con 82 años, logró volar a 107 kilómetros de distancia de la Tierra y estar unos minutos en el espacio tras comprarse un billete en la compañía privada Virgin Galactic de Jeff Bezos.

El resto de las mujeres Mercury 13 acabaron en el olvido. Unas se hicieron aviadoras comerciales, otras profesoras de aviación. Tuvieron que pasar casi dos décadas hasta que la NASA comenzó a aceptar mujeres como candidatas a astronautas, en 1978, y más aún hasta que tuvo la oportunidad de viajar Sally Ride (1983). Y aún más: hubo que esperar hasta 1995 para que Eileen Marie Collins se convirtiera en la primera en comandar un transbordador espacial, el Discovery. El día de su despegue, en Cabo Cañaveral, algunas de las Mercury 13 fueron invitadas a estar en la primera fila para que vieran en directo que su lucha no había sido en vano. Y Collins las dedicó un aplauso: “Si no hubiera sido por ellas, yo no estaría aquí”, dijo antes de partir.

A día de hoy, casi ochenta mujeres han viajado al espacio. Siguen siendo una minoría pero su número va en aumento. Una de las últimas incorporaciones en la Agencia Espacial Europea ha sido la de la primera candidata española, Sara García Alonso, en septiembre de 2024.

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