Concorde, batería y bioeconomía

A 40 años del Live Aid, esta columna revive la hazaña de Phil Collins —capaz de tocar en dos mundos en un mismo día— como metáfora de una convicción que hoy inspira a quienes transforman el mundo desde la bioeconomía.

24 de junio de 2025 Emiliano Huergo (www.bioeconomia.info)
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El 13 de julio de 1985, millones de personas encendieron sus televisores —y más de 200.000 colmaron los estadios de Londres y Filadelfia— para presenciar algo nunca visto: un concierto simultáneo en dos continentes, con las bandas y artistas más destacados del planeta, transmitido en vivo a más de 1.500 millones de personas. Se llamó Live Aid.

Y aunque el recuerdo suele quedarse con el show, todo había comenzado mucho antes, y por una razón mucho más urgente.

Unas semanas antes, las imágenes de la hambruna en Etiopía habían conmocionado al Reino Unido: niños esqueléticos. Madres resignadas. Campos quebrados como piel reseca, donde ya no brotaba ni la esperanza. Bob Geldof, cantante de The Boomtown Rats, las vio y no pudo mirar para otro lado. Llamó a Midge Ure, de Ultravox, y le dijo: “Tenemos que hacer algo”. No una campaña de concientización. Algo real. Algo a la altura de la tragedia.

En pocos meses, lograron sumar a una constelación de artistas: Queen, David Bowie, U2, Paul McCartney, Elton John, The Who, Dire Straits, Madonna, Eric Clapton, Bob Dylan, Mick Jagger, Tina Turner, entre otros. Movilizaron gobiernos, empresas, cadenas de televisión, miles de voluntarios. Y el 13 de julio, el mundo entero fue testigo de una proeza. Se recaudaron más de 200 millones de dólares —una cifra récord para la época— para paliar la crisis alimentaria en África.

Ese mismo día, el rock presenció otra hazaña.

Led Zeppelin volvía a los escenarios por primera vez desde la muerte de John Bonham, cinco años antes. Bonham no era un baterista más. Para muchos, era el baterista. Para otros, ese lugar lo ocupaba Phil Collins. Lo fueron a buscar. No dudó un segundo. Dijo que sí. Pero había un problema.

Collins ya le había prometido a su amigo Sting que iban a tocar juntos en Wembley. Y no pensaba fallarle. Pero Led Zeppelin tocaba del otro lado del océano Atlántico, con apenas unas pocas horas de diferencia.

Hay días en que uno no se pregunta si puede. Simplemente sabe que debe. Y después ve cómo lo resuelve.

Esa tarde, subió al escenario en Londres con Sting, compartieron “Every Breath You Take”, y hasta se dio el gusto de interpretar un par de temas incluyendo su icónico “In the Air Tonight”. Tocó con soltura, con elegancia, con esa calma que solo tienen los que disfrutan de lo que hacen. Pero el reloj apuraba. Terminó su set y corrió al aeropuerto de Heathrow. Lo esperaba el Concorde: esa joya tecnológica capaz de cruzar el Atlántico a más de 2.000 kilómetros por hora.

En pleno vuelo, a más de 18.000 metros de altura, repasó las partituras de Zeppelin. No había ensayo. Solo intuición. Solo respeto y admiración por Bonham.

Al aterrizar en Nueva York, un helicóptero lo llevó a Filadelfia. Y como le sobró tiempo, se dio el gusto de tocar con otro amigo: Eric Clapton. Interpretó solo “Against All Odds” —nominada al Oscar ese mismo año— y finalmente se sentó a la batería para acompañar a Zeppelin en su regreso.

Ese día, Phil Collins protagonizó una hazaña sin precedentes: tocó en dos continentes, con amigos, por una causa humanitaria.

Y no porque el Concorde ya no vuele. Sino por algo todavía más profundo: la responsabilidad ambiental.

Las giras musicales se planifican con criterios sostenibles. Los festivales reemplazaron los plásticos descartables por bioplásticos compostables. Los escenarios se alimentan con fuentes renovables. Las emisiones se compensan activamente.

En 2019, Coldplay suspendió sus giras durante tres años hasta encontrar un modelo sustentable. Lo logró: volvió con acuerdos para utilizar biocombustibles en el transporte terrestre y aéreo, cotillón biodegradable con materiales biológicos, y sistemas que generan electricidad con el movimiento del público. Metallica y muchos más, replicaron parte de ese enfoque. En Argentina, artistas como Paul McCartney, Ed Sheeran o Roger Waters se presentaron con generadores alimentados con biodiesel.

Y si hablamos de compromiso silencioso, David Gilmour dio una lección inolvidable: subastó 126 guitarras de su colección personal y donó los más de 20 millones de dólares recaudados a ClientEarth, una organización legal que combate el cambio climático desde los tribunales.

No es marketing. No hay pancartas. No hay discursos. Es convicción.

Incluso la industria musical está cambiando. Los vinilos y CDs se fabrican con materiales biológicos. El monumental órgano del Helsinki Music Centre —uno de los más grandes de Europa— fue construido con biocompuestos impresos en 3D. Se fabrican violines de bajo costo con biomateriales para que más chicas y chicos puedan aprender música en escuelas públicas.

No se trata solo de técnica. Se trata de ética. Y de democratización del acceso.

Esa misma ética silenciosa es la que impulsa a quienes hoy transforman la producción.
Personas que no pisan escenarios, pero que desde laboratorios, campos, industrias y startups ensayan —día tras día— su propia travesía improbable. Con la misma mezcla de ingredientes que impulsaron a Collins: pasión, talento, ciencia y responsabilidad.

Ahí están quienes desarrollaron el Golden Rice, un arroz transgénico rico en betacarotenos para combatir la desnutrición infantil causada por deficiencia de vitamina A. O quienes, como Nufarm, producen omega 3 a partir de oleaginosas para reemplazar el aceite de pescado y proteger los ecosistemas marinos. Innovadores en biocombustibles. Fabricantes de cuero a partir micelio. Diseñadores de fertilizantes biológicos. Creadores de alimentos funcionales. Y quienes —como Bio4 durante la pandemia— reconvirtieron su producción para abastecer de alcohol sanitizante a hospitales y comunidades.

Cada historia que contamos en BioEconomía.info nace de esa misma raíz. De esa misma urgencia.

Cada productor que busca capturar carbono en su campo.
Cada investigadora que elige una línea de trabajo sin fondos asegurados.
Cada científico que abandona la certeza para ir detrás de una posibilidad.
Cada empresario que empuja una transformación, sabiendo que deberá enfrentarse a intereses fuertes en un sistema diseñado para resistir el cambio.

Todos ellos, en silencio, sin ensayo, están ahí porque creen que vale la pena.

La bioeconomía no es una etiqueta. Es una forma de estar. De comprometerse. De no mirar para otro lado.

Aquel 13 de julio de 1985, Phil Collins nos mostró que cuando se combinan la pasión, el talento, la ciencia y la responsabilidad, ni siquiera un océano es obstáculo suficiente.


Esa misma convicción es la que hoy anima a quienes creen que hay otra forma de producir, de cuidar, de imaginar el futuro.


Una forma posible. Una forma urgente. Una forma bioeconómica.

Emiliano Huergo

Apasionado por el potencial transformador de la bioeconomía. Director de BioEconomía.info, promotor de iniciativas que integran innovación, equidad y sostenibilidad.

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