¡Claro que sirve!

Las luchas internacionales y la solidaridad entre pueblos siguen sumando ejemplos de victorias, en un momento del auge del individualismo.

General20 de octubre de 2025 pikaramagazine.com (Mª Ángeles Fernández)
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Imagen: Emma Gascó

“No se puede hacer negocios con Israel como si nada hubiera pasado”. Después de relatar durante una media hora la situación de los presos políticos palestinos en cárceles israelíes, de denunciar la ocupación que sufre Palestina y de criticar la actitud de hipócrita hacia Israel de muchos Estados, Sahar Francis recuerda la importancia de la presión económica. Rostro serio, mirada cansada, ropa cómoda, la abogada termina su intervención con el esbozo de una sonrisa y mostrando esperanza. Ella confía en que las cosas cambien. Siempre ha confiado.

El local de Zirika! herri gunea en Bilbao está lleno. Las sillas preparadas se ocupan rápido y es necesario abrir algunas más de esas abatibles que se quedan en una esquina por si acaso. El público no para de preguntar, quiere saber más, cerciorarse de su rol. Escuchar, y tal vez actuar. “No se puede hacer negocios con Israel como si nada hubiera pasado”, insiste Francis. Y recuerda la importancia del BDS: “Hay que mantener la presión”, vuelve.

El movimiento internacional Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) trata de que la ciudadanía, mediante el consumo y la presión a diferentes organismos, logre que instituciones públicas y compañías privadas no tengan relaciones económicas con empresas israelíes que se benefician de la colonización y del apartheid que sufre la población palestina. “El BDS es un mandato de la sociedad civil palestina. Pide el fin de la ocupación y el desmantelamiento del muro, el derecho al retorno de las personas refugiadas y la igualdad de derechos para todas las que viven desde el río hasta el mar, la Palestina histórica”, resume Eneko Calle, activista internacionalista y acompañante de Francis en parte de su estancia por el Estado español.

En junio de 2024, la empresa de componentes electrónicos Intel decidió parar la construcción de una fábrica en Israel. “Se iban a invertir 25.000 millones de dólares [casi 23.000 millones de euros]. Aunque solo se posponga, esto daña a la economía de Israel”, precisa la abogada palestina, integrante de la organización Addameer. “Como los gobiernos no actúan como deberían, es importante el BDS. Somos nosotros quienes debemos ejercer esa presión. Nosotros tenemos que llevar la voz cantante cuando los gobiernos no lo hacen”, cierra, animando al público y agradeciendo la solidaridad internacional.

La marca de deporte Puma ha anunciado que dejará de patrocinar a la Asociación de Fútbol de Israel y las ventas de la multinacional de comida rápida McDonald’s han caído en varios países. Tal vez la mayor victoria del BDS ha sido la salida de la compañía francesa Veolia del tren ligero de Jerusalén después de siete años de lucha. “En Israel han elevado el tema de la lucha contra el BDS al Ministerio de Asuntos Estratégicos, y ese Ministerio lleva, por ejemplo, la campaña nuclear iraní. Hay preocupación de verdad porque sobre todo hace daño a la marca, en esa imagen que quiere dar Israel de cara al exterior como un país democrático, que respeta los derechos humanos”, añade Calle, quien recuerda la campaña contra la empresa vasca CAF, involucrada en la ampliación del citado tren.

El boicot organizado y masivo fue clave para el fin del régimen de apartheid en la Sudáfrica del siglo XX. Es verdad que trascendió la lucha social y que alcanzó altas esferas diplomáticas, pero partió del pueblo, de mujeres que boicotearon la compra y el consumo de determinados productos, y de personas exiliadas en Inglaterra organizadas bajo el Movimiento Anti-Apartheid. “La importancia del internacionalismo es evidente en el caso de Palestina. Siempre nos parece poquito, pero, por ejemplo, que las acampadas de estudiantes en Estados Unidos hayan vuelto a situar este tema y el envío de armamento de Estados Unidos a Israel en la primera plana de la agenda setting es un cambio importante”, apunta Calle, vinculado al Observatorio de Transnacionales con América Latina (OMAL).

El activista saharaui Youssef El Mahmoudi estuvo dos semanas, en junio de 2024, retenido en el aeropuerto vasco de Loiu. Iba a ser deportado a Marruecos, donde previsiblemente le esperaba la cárcel, hasta que la noticia saltó a las calles y diversos colectivos y personas denunciaron la situación. Ya montado en un avión, el comandante se negó a despegar. No se sabe las razones de esta decisión individual, pero el ruido social provocó que el vuelo estuviera en el punto de mira. Una vez de regreso en la terminal, el juzgado de guardia de Bilbao decidió dejar en libertad al joven de 23 años. ¿Hubiera ocurrido sin las protestas?

“Esto no es solo ejemplo de que las movilizaciones sociales (además de las acciones individuales) funcionan, también lo es la incansable lucha africana saharaui y su resistencia”, escribía en su cuenta de Instagram Quinndy Akeju, activista antirracista e integrante de Afrocolectiva. Eneko Calle confía sin dudarlo en la solidaridad internacionalista —“¡claro que sirve!”, espeta—, pero sí reconoce la necesidad de “repensarla y generar nuevas alianzas y un nuevo discurso que conecte más con las personas jóvenes”.

“La vida se va construyendo y defendiendo de forma colectiva”, escribe Helena Maleno en Mujer de frontera, un libro en el que narra la persecución judicial que sufrió por denunciar la política de fronteras de Europa que provoca la muerte de miles de personas y por avisar de embarcaciones de migrantes salidas del norte de África que se quedaban a la deriva.

Anabel Sanz lleva toda la vida militando en un feminismo con tradición internacionalista y anticapitalista. Poco queda de aquellas esperanzas revolucionarias de los años 80, pero sí que hay poso de las lecciones aprendidas, como la solidaridad de ida y vuelta de la que hablaba el zapatismo. “Es fundamental que podamos recuperar ese feminismo internacional”, comparte en una conversación en la que menciona a las kurdas, a las Mujeres de Negro, a las activistas saharauis, a las feministas nicaragüenses, a las huelgas feministas que arrancaron de Argentina, a la Marcha Mundial de las Mujeres, a Ongi Etorri Errefuxiatuak y a la Caravana Abriendo Fronteras. “El internacionalismo es parte de nuestra acción política feminista”, remarca, tras mostrar un poco de desasosiego por los problemas organizativos y por la situación actual del activismo, marcado, dice, por “la psicologización” de los movimientos sociales y del manoseado autocuidado. Y cita a María Zapata, quien ha escrito que “el discurso y la ideología terapéutica tienen como único centro al individuo; politizar el malestar es justo lo contrario: es buscar e identificar las causas sociales”. Y critica que el individualismo haya superado a la acción política. Y recuerda a Emakume Internazionalistak. Y a Begoña Zabala, militante de esa organización, quien ha escrito “mover el mundo, eso queremos las feministas”.

“Nos mueve la esperanza y la certeza de que construir realidades feministas nunca ha sido fácil. Apelamos a la solidaridad feminista. El mensaje es que no nos dejen solas, nos sentimos acompañadas y nos sentimos acuerpadas por el movimiento feminista internacional, pero necesitamos que se siga construyendo otra narrativa”, sostiene Alejandra Burgos, integrante de la Colectiva Feminista de El Salvador y una de las impulsoras de la Iniciativa Mesoamericana de Defensoras (IMD), días antes de participar en un tribunal simbólico que juzga las violencias machistas.

Anabel Sanz apela también a la esperanza, pero no a una esperanza ingenua sino basada en debates que decidan qué cosas hay que hacer. Por lo pronto, la integrante de FeministAlde! participa en una nueva edición de la Caravana Abriendo Fronteras, que para en Padua, Bosnia y Trieste. “La caravana es denuncia y resistencia”, cuenta. Y cita a Eduardo Galeano y recuerda que pequeñas cosas pueden cambiar el mundo.

Y salvar vidas. Lo sabe Dalila Argueta. Su lucha contra una mina y en defensa de un río en Honduras puso en juego su vida y la red de la IMD la ayudó a salir del país, y la acompaña ahora como exiliada en Estado español. “Las redes salvan, incluso en momentos de muerte y de represión dura”, incide la defensora de derechos humanos hondureña. Ahora vive en Basoa, una casa para defensoras autogestionada creada por la sociedad civil vasca. Eneko Calle cita a Basoa y a otros programas de protección institucionales como un reflejo del internacionalismo actual: “Antes quizá era más de acompañamiento a las comunidades y ahora nos ubicamos más en la protección y en la denuncia, en señalar las complicidades y las responsabilidades de nuestros gobiernos, de nuestras instituciones y de las empresas”, reflexiona.

“Yo también me pronuncio por las compas nicaragüenses, por las compañeras de México, por Guatemala, por todos los territorios. Cuando hay que ir por el Sahara a la calle, vamos; cuando mis amigas marroquís han levantado la voz por mi pueblo, para mí es la muestra de amor más grande del mundo que te puede dar a alguien. Cuando eres consciente que hay que defender territorios no te interesa de dónde, no te interesa el país, no te interesa quién es, es el territorio y son tus hermanos, no importa de dónde vengan”, comparte Dalila Argueta desde el salón de su nuevo hogar con una emoción que se palpa. Verla en manifestaciones contra el extractivismo energético en el País Vasco, por ejemplo, no es una rareza.

La IMD trabaja en la protección y acompañamiento de defensoras de derechos humanos en Mesoamérica, cada vez más perseguidas y criminalizadas. “Siempre entendimos el trabajo de incidencia y solidaridad internacional como parte de los procesos de protección, no como una cosa en sí misma, sino como una manera de arropar, de acuerpar, y de inhibir o de detener ataques a defensoras”, cuenta en conversación telefónica Marusia López, de la IMD.

Acuerpar. Acuerpamiento. López repite estas palabras. Y las otorga peso político. Acción. Respuesta carnal a un mundo hostil e injusto. “El acuerpamiento es muy importante para nosotras. Creo que la solidaridad se está institucionalizado, se ha convertido en una actividad, en un proyecto, y no en una práctica política colectiva”, reflexiona. Y a través del acuerpamiento ellas están en los territorios: “La incidencia internacional cada vez es más difícil y confiamos más en esa capacidad de estar juntas en los territorios, de abrazarnos literal y metafóricamente. El abrazo entre nosotras fortalece esa energía y esa fuerza que perdemos muchas veces frente a lo que se está viviendo”. Abrazan, acuerpan y salvan vidas. “Esa es básicamente nuestra razón de ser, hacemos todo lo que está en nuestras manos. Hemos contribuido a salvar vidas porque nunca hemos dado la espalda a ninguna compañera. Siempre ha habido una respuesta, aunque sea chiquita”, añade Marusia López, mexicana que vive en Mallorca y que anda liada también denunciando el turismo masivo que ahoga a las vecinas.

“Somos migrantes y estamos en otros territorios en los que muchas veces no hay un reconocimiento pleno de las comunidades migrantes como sujetas políticas. Eso lo veo mucho mucho acá, donde quizá una organización o una persona puede aprender de defensoras que vienen, pero luego con su vecina migrante no hay ese mismo reconocimiento”, lamenta López.

Lolita Chávez tuvo que abandonar Guatemala en 2017. La lucha y la defensa de su territorio k’iche’ y de los bienes comunes naturales se transformó en persecución y en la apertura de procedimientos judiciales en su contra. Parte de sus siete años de exilio, en los que estuvo desplazada en varios países, los pasó en la casa de defensoras Basoa, donde tenía una habitación para descansar. Un ejemplo físico, arquitectónico, de acuerpamiento. Tejado, estufa, café, manta, cuarto de baño. Abrazo.

Después de siete años sin pisar su tierra, en una Guatemala a priori diferente —Bernardo Arévalo, tras las ganar las elecciones, necesitó de más de 100 días de resistencia indígena para llegar a la presidencia— se retiraron los cargos en su contra. Sin el temor a ser detenida, Lolita Chávez ha podido regresar. Pero no lo ha hecho sola. Ha sido un retorno en comunidad. Una caravana de personas de diferentes países, financiada con micromecenazgo, la ha acompañado en este regreso soñado que hizo paradas en México y en Honduras. “El retorno digno de Lolita Chávez es histórico, es una victoria más de los pueblos sobre la injusticia e impunidad”, escribía el Consejo Wuxhtaj, de Huehuetenango. La crónica de Prensa Comunitaria citaba a Hugo Zamburro, activista italiano que la acompañó en esta vuelta y que señaló que este caso es un ejemplo de que si los pueblos se unen, pueden ganar: “Tenemos que globalizar la resistencia”.

“Retorno en comunidad. Hemos vuelto a la tierra, hemos vuelto a ser semilla de dignidad, semilla de justicia, semilla de liberación. Hemos retornado por la puerta grande, compañeros y compañeras, y eso es dignidad de los pueblos, esa es la rebeldía (…). No pudieron exterminarnos. Aquí estamos, aquí está nuestra voz, aquí está nuestro territorio y aquí están nuestras semillas; con nuestro sagrado fuego liberamos nuestras semillas para que transciendan las fronteras territoriales”, dijo Chávez en un acto en K’umar kaj ataviada, como siempre, con su traje de corte y ahora con un pañuelo palestino.

En un momento en el que la solidaridad internacional está afectada por el auge del individualismo, como critica Anabel Sanz, los ejemplos de pequeñas victorias y de abrazos sanadores siguen siendo un camino y un impulso de esperanza. La propia activista cita las huelgas feministas de antes del coronavirus y la huelga general feminista de Euskal Herria de noviembre de 2023, donde el papel de los sindicatos fue fundamental, como faro y como sueño. Los cuidados aparecieron entonces como eje articulador: “Tienen que ver con que yo pueda bajar al bar de mi barrio y no tenga que enfrentarme a una gentrificación, tienen que ver con la vivienda porque no se puede cuidar a nadie cuando no tiene un lugar donde vivir, con las redes de acogida, tienen que ver con un modelo social diferente. Y eso es lo que tenemos que trabajar para llegar hasta todos los lugares”, cierra Sanz, sentada en la terraza del bar enfrente de su casa y lleno de gente del vecindario.

Por teléfono, Marusia López comparte una última reflexión, la esperanza de sostener las luchas: “Estamos en un momento histórico donde lo que toca es que nuestras luchas sobrevivan, no veremos en nuestra generación grandes transformaciones, e incluso veremos retrocesos, pero si nuestras luchas perviven habrá esperanza”.

www.pikaramagazine.com

Texto: Mª Ángeles Fernández
Imagen: Emma Gascó

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