
En un rincón rural de Cataluña, un grupo de familias ganaderas dio forma al Biohub Km0, una iniciativa pionera que reinventa el destino de sus residuos y posiciona al territorio como faro internacional de economía circular.
En un rincón rural de Cataluña, un grupo de familias ganaderas dio forma al Biohub Km0, una iniciativa pionera que reinventa el destino de sus residuos y posiciona al territorio como faro internacional de economía circular.
Mundo14 de noviembre de 2025
Bioeconomia.info
n el extremo occidental de Cataluña, a pocos kilómetros de la frontera con Aragón, se encuentra Alcarràs, un municipio agrícola de apenas 10.000 habitantes que hasta hace poco era más conocido por su densa concentración de establecimientos porcinos que por cualquier innovación ambiental. Allí, el exceso crónico de purines —el residuo líquido que generan los animales estabulados— representaba un problema ambiental de proporciones alarmantes. La sobreaplicación en los campos provocaba contaminación por nitratos, malos olores y conflictos con la población local. La situación era insostenible. Pero lo que parecía una condena ambiental, se convirtió en el germen de una transformación profunda que hoy se estudia como caso ejemplar de bioeconomía circular.
En 2008, 150 familias ganaderas de Alcarràs y de otras zonas del Segrià —una comarca agrícola situada en la provincia de Lleida, en el noreste de España— decidieron organizarse en una cooperativa llamada Alcarràs Bioproductors, con el objetivo de encontrar una solución definitiva a la gestión de los residuos de sus 160 establecimientos. Lo que comenzó como un intento de cumplir con las normativas ambientales derivó en un modelo industrial que transforma purines y estiércol en compost, energía y fertilizantes orgánicos, cerrando el ciclo de los nutrientes y generando empleo local. Hoy, esa visión se proyecta en la creación del Biohub Km0, un parque industrial verde orientado a atraer empresas biotecnológicas, y convierte a Alcarràs en una inesperada capital de la innovación agraria.
Una solución local a un problema global
El problema de los purines no es exclusivo de Cataluña. Las regiones con alta concentración de ganadería intensiva en todo el mundo enfrentan un dilema similar: los residuos orgánicos, si no se gestionan adecuadamente, saturan los suelos agrícolas, contaminan acuíferos y emiten gases de efecto invernadero como el metano. En España, donde Cataluña lidera la producción porcina con más de 9 millones de cerdos, la presión sobre el entorno rural es especialmente crítica.
Ante esta realidad, Alcarràs Bioproductors apostó por un enfoque radicalmente distinto: tratar los residuos no como desechos, sino como materias primas secundarias con potencial de valorización. Con esta lógica, en 2021 pusieron en marcha una planta comunitaria de compostaje sobre una finca de 18 hectáreas adquirida especialmente para el proyecto. Allí, mediante tecnologías de compostaje controlado, transforman la fracción sólida de los purines y el estiércol mezclados con restos vegetales —como podas y madera vieja— en fertilizante orgánico de alta calidad.
El sistema combina separadores de fases para dividir los residuos en fracción sólida y líquida, pilas de compostación sobre superficies impermeables, sistemas de aireación forzada, humidificación controlada y volteo periódico. El proceso, que dura entre semanas y meses según la estación, genera un compost higienizado, estable y rico en nutrientes que ya se utiliza en cultivos locales de cereal y frutales, reduciendo la necesidad de fertilizantes sintéticos y evitando el transporte de purines a largas distancias.
El biogás como siguiente eslabón del círculo
Impulsados por el éxito del compostaje, los ganaderos decidieron dar un paso más: construir una planta de biogás que transforme los residuos orgánicos en energía renovable. El objetivo es digerir anaeróbicamente los purines y otros subproductos para producir gas rico en metano, que se utilizará en una primera etapa para generar electricidad mediante cogeneración, abasteciendo tanto a la red general como a las propias explotaciones a través de una comunidad energética local.
En fases posteriores, ese gas se refinará para obtener biometano, un combustible limpio que puede inyectarse a la red de gas natural o utilizarse como carburante en vehículos. El residuo sólido resultante del proceso, denominado digestato, volverá al circuito: su fracción sólida se compostará y la líquida se tratará para recuperar sulfato amónico, un fertilizante nitrogenado líquido con valor comercial, mientras que el agua restante se reutilizará para riego agrícola.
La planta tendrá capacidad para tratar 70.000 toneladas anuales de purines y estiércol, con lo cual se estima una reducción significativa de emisiones de metano —gas con un poder de calentamiento 28 veces mayor al CO₂— y una notable mejora en la gestión de residuos ganaderos.
Financiación verde para un proyecto de economía circular
El camino no ha estado exento de obstáculos. Aunque las obras avanzan con los permisos en regla y el respaldo institucional, los plazos administrativos se extendieron más de lo previsto. En 2024, el Institut Català de Finances (ICF) —una entidad pública catalana dedicada al apoyo financiero de proyectos estratégicos— otorgó un crédito de tres millones de euros a través de su línea EcoVerda, específicamente diseñada para iniciativas de sostenibilidad. Esta financiación se suma a una subvención europea de 400.000 euros y una inversión inicial de 2,5 millones mayoritariamente aportados por los propios ganaderos.
Según su presidente, Jordi Jové, este apoyo fue clave: “El ICF nos ofrece condiciones que la banca convencional no da: plazos largos y avales adaptados. Sin ellos, una planta como la nuestra no sería viable”. Jové destaca además el respaldo del BioHub CAT, el nodo catalán para el impulso de la bioeconomía circular, y la inclusión del proyecto en la Agenda Compartida de Lleida, Pirineu i Aran, el plan de desarrollo estratégico de esta región del noreste español.
Nace el Biohub Km0: un clúster rural para los bioproductos
Lo que comenzó como una planta de tratamiento de purines se ha convertido en un ecosistema industrial emergente. Con el nombre de Biohub Km0 d’Alcarràs, el nuevo parque busca atraer empresas de base biológica que desarrollen productos a partir de los residuos transformados por la cooperativa. Compost, digestato, sulfato amónico y biometano son solo el punto de partida. La Generalitat de Catalunya ya proyecta una planta piloto en este enclave para experimentar con nuevos biomateriales y bioproductos.
El objetivo es crear un clúster rural de bioeconomía, donde ganaderos, investigadores, empresas y administración colaboren para generar valor añadido local sin perder la raíz territorial. En palabras de Jové, “hemos demostrado que desde el mundo rural se pueden liderar proyectos innovadores. Ahora llamamos a las empresas a instalarse aquí y aprovechar juntos estos recursos”.
Una tendencia que se extiende en Cataluña
La experiencia de Alcarràs no es aislada. Iniciativas similares están surgiendo en otras comarcas catalanas. En Artesa de Segre, por ejemplo, una cooperativa impulsa un centro de tratamiento para 101.000 toneladas de purín porcino con tecnologías de ultrafiltración, digestión anaerobia y secado solar. En Torregrossa, una planta de biogás promovida por la cooperativa de energía verde Som Energia opera desde 2014 generando electricidad para 1.300 hogares.
A pesar de la discontinuidad de las ayudas estatales —como la eliminación de primas a las renovables en 2014 que dejó obsoletas muchas plantas—, el impulso actual es fuerte. La Generalitat planea construir 50 nuevas plantas de biogás en cinco años, con la meta de tratar hasta el 45% de los purines generados en Cataluña.
Bioeconomía rural: una nueva narrativa para la ganadería
Más allá de cifras, tecnologías y modelos de financiación, lo que está ocurriendo en Alcarràs representa un cambio cultural profundo. La imagen tradicional del ganadero como productor de carne o leche se amplía para incluir también la gestión de energía, el reciclaje de nutrientes y la generación de conocimiento. En lugar de ser vistos como parte del problema ambiental, los productores se posicionan como protagonistas de la transición ecológica.
Este giro tiene implicaciones clave para el futuro del campo mediterráneo. La bioeconomía circular no solo ofrece soluciones técnicas a la crisis ambiental, sino también nuevas oportunidades económicas que dignifican el trabajo rural y lo vinculan a sectores de alto valor añadido. En palabras de uno de los impulsores del proyecto: “Transformar residuos en recursos ya no es una opción, es una obligación”. Alcarràs no solo ha asumido esa misión. La ha convertido en su identidad. Y en ese camino, ha dado una lección poderosa sobre cómo la innovación, la cooperación y el arraigo pueden converger para redefinir el futuro de la ganadería.

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