El sur también existe… y propone soluciones.

La Semana del Clima Rosario fue el epicentro de una nueva diplomacia climática latinoamericana. Con el IICA como actor estratégico, los biocombustibles, la agricultura y el liderazgo del sur se metieron de lleno en la agenda global rumbo a la COP30.

Actualidad30 de agosto de 2025Bioeconomia.infoBioeconomia.info

La Semana del Clima Rosario fue el epicentro de una nueva diplomacia climática latinoamericana. Con el IICA como actor estratégico, los biocombustibles, la agricultura y el liderazgo del sur se metieron de lleno en la agenda global rumbo a la COP30.

Durante años, el calendario de los grandes eventos climáticos globales pareció responder exclusivamente a la lógica del norte geopolítico. Aunque la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992 fue el punto de partida para las sucesivas Conferencias de las Partes (COP), la agenda, las prioridades y las decisiones estructurales de cada una de ellas se definieron sistemáticamente desde las capitales europeas o del norte global. Desde entonces, las voces que moldearon el debate ambiental internacional rara vez nacieron en las pampas, selvas y sierras del continente americano.

Pero algo empezó a cambiar. Rosario fue sede de la primera Semana del Clima de Rosario, un evento organizado por la Fundación Nueva Generación Argentina que no sólo apunta a sostenerse en el tiempo, sino que ya quedó formalmente incorporado a la agenda climática global de las Naciones Unidas, junto a las Semanas del Clima de Nueva York y Londres. Su objetivo es claro: que América Latina tenga voz propia en los grandes consensos ambientales rumbo a la COP30.

Comprender la dimensión de esta primera edición exige detenerse en un actor clave: el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), organismo técnico especializado del sistema interamericano, cuya misión histórica ha sido promover el desarrollo agropecuario y rural del continente. Bajo la conducción del argentino Manuel Otero, el IICA pasó de tener un rol técnico centrado en la diplomacia rural a posicionarse como uno de los protagonistas más lúcidos y estratégicos de la agenda climática global.

La gestión de Otero ha sido decisiva para reposicionar a la agricultura como parte de la solución frente al cambio climático. Y no se trata de cualquier agricultura, sino de aquella basada en buenas prácticas, que mejora la salud de los suelos, optimiza el uso de los recursos y, sobre todo, captura carbono. América Latina, en este nuevo marco, es la abanderada de un modelo regenerativo que puede y debe ser replicado.

Ese reposicionamiento se construyó con estrategia, evidencia y presencia en los lugares donde se define el rumbo del debate climático global. El IICA entendió que no alcanzaba con hacer bien las cosas en el territorio: había que mostrarlo. Y lo hizo con un dispositivo diplomático propio: la Casa de la Agricultura Sostenible de las Américas, un pabellón permanente en las últimas COP que se consolidó como un espacio clave de diálogo entre ciencia, producción y política ambiental. Para reforzar aún más la legitimidad científica del rol de los suelos en la descarbonización del planeta, el IICA designó como Embajador de Buena Voluntad al científico Rattan Lal, Premio Nobel de la Paz por su trabajo sobre restauración de suelos, seguridad alimentaria y mitigación del cambio climático.

En este contexto, la participación del IICA fue clave para que la Cumbre Panamericana de Biocombustibles Líquidos quedara incorporada formalmente dentro de la Semana del Clima Sudamérica, como parte de una estrategia más amplia para fortalecer el rol de los biocombustibles en las estrategias climáticas y energéticas del continente. No se trató simplemente de sumar un congreso: fue una acción diplomática deliberada para reposicionar a los biocombustibles como soluciones válidas y necesarias en la transición hacia un modelo energético más justo.

Durante años, los biocombustibles fueron blanco de campañas sistemáticas de desprestigio. El discurso dominante —100% político y 0% científico— los discriminó con regulaciones y narrativas que dificultaron su acceso a los mercados más importantes del mundo. El argumento de que atentan contra la seguridad alimentaria, repetido hasta el hartazgo por quienes se sintieron incómodos ante el crecimiento de esta alternativa energética, incluyendo a la Comisión Europea, ha sido una falacia tan eficaz como cruel, construida únicamente para proteger intereses económicos bajo una pátina de sensibilidad social.

La confesión más cruda se conoció en 2015, cuando Marie Donnelly, entonces Secretaria de Energías Renovables de la Comisión Europea, admitió sin rodeos: “No podemos ser simplemente guiados por modelos económicos y teorías científicas; tenemos que ser sensibles a las preocupaciones de los ciudadanos, incluso si estas preocupaciones son más emotivas que basadas en hechos.” Detrás de esa frase hay algo más que cinismo: hay una renuncia explícita a la ciencia como base de las decisiones públicas. Y esa renuncia, en un contexto de emergencia climática global, no es solo injusta: es profundamente irresponsable.

Ese sesgo persiste hoy en instrumentos como el ILUC (cambio indirecto en el uso del suelo), que asigna a los cultivos producidos en nuestra región valores por default totalmente desproporcionados. Una trampa que impone costos asimétricos y consolida condiciones de competencia profundamente injustas, obligando a los Estados de la región a tener que demostrar y certificar sus propios valores nacionales.

Gustavo Idígoras, referente del sector agroindustrial argentino, lo resume con claridad: “Cuando un país o un comprador habla de sustentabilidad, sabemos que lo hace para proteger su mercado. Discutir esas reglas en soledad nos ha llevado al fracaso. En la primera generación de biocombustibles, cada país actuó por su cuenta. Y los resultados estuvieron a la vista: mercados perdidos y oportunidades desperdiciadas.”

Frente a este escenario, la Coalición Panamericana de Biocombustibles Líquidos emerge como un actor clave. Su rol de unificar la voz del continente, aportar evidencia técnica y exigir reglas de juego claras y equitativas para todos es trascendental. Creada por el IICA y liderada por el especialista Agustín Torroba, esta red ya nuclea a 25 instituciones de 15 países, y permite construir, por primera vez, una narrativa común sobre el aporte de los biocombustibles a la transición energética.

No es un tema menor. América produce cerca del 70% de los biocombustibles del mundo, con Estados Unidos y Brasil como líderes, pero también con polos decisivos como Santa Fe, en Argentina, que concentra más del 85% de la capacidad instalada nacional de biodiesel. Esta industria representa no solo una fuente renovable de energía, sino también empleo, soberanía energética y resiliencia frente a las crisis externas.

La inclusión de la Cumbre Panamericana de Biocombustibles Líquidos como parte estructural de la Semana del Clima Rosario  expresa con claridad un nuevo paradigma: la construcción de una agenda ambiental en la que producción y ambiente ya no se enfrentan, sino que dialogan, cooperan y se potencian. Es una muestra concreta de que América Latina puede proponer soluciones desde el territorio, con datos, tecnología y legitimidad política.

Diego Sueiras, presidente de la Fundación Nueva Generación Argentina, lo planteó con claridad durante la apertura del congreso: “Hoy, en la primera Semana del Clima de Rosario y Sudamérica, que podamos confluir y tener estos grandes congresos es realmente importante para bajar las emisiones a nivel global.” Y remató con una imagen que condensó el espíritu del encuentro: “Cada gota de biocombustible que entra a un tanque es un favor que se le hace al ambiente.”

No es casual que todo esto haya ocurrido en Rosario. La ciudad disputa con Nueva Orleans el liderazgo como mayor puerto agroindustrial del mundo y concentra el mayor polo productivo de biodiesel del hemisferio occidental. Pero esa potencia logística y productiva ahora se traduce también en proyección política y diplomática.

La Semana del Clima Rosario proyecta a Rosario como epicentro de una nueva diplomacia climática del sur, con vocación de permanencia y articulación global. No se trató de un evento aislado, sino del inicio de una tradición que busca consolidarse año tras año como una referencia geopolítica y técnica de la región. En palabras de Sueiras: “Las semanas del clima van a ser todos los años. Es un lugar que ustedes deben sentir como propio.”

Lo que se construye desde aquí no es solo una estrategia de posicionamiento internacional, sino una narrativa transformadora. Por fin, América Latina y el Caribe empiezan a hablar en voz alta, con datos, ciencia, visión técnica y liderazgo político. La agricultura deja de ser vista como culpable y se reconoce como aliada. Los biocombustibles dejan de ser sospechosos para mostrarse como soluciones. Y el sur, finalmente, deja de pedir permiso y empieza a proponer.

En el centro de ese cambio hay decisiones, instituciones y liderazgos. El IICA, bajo la conducción de Manuel Otero, está abriendo puertas que hace apenas unos años ni siquiera existían. Y lo hace con un mandato claro: que el futuro también se construya desde el campo. Desde América. Desde el sur.

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