Turismo, desposesión y la vigencia de Aimé Césaire.

¿Qué ocurre cuando una sociedad transforma su paisaje en mercancía y a su gente en decorado? ¿Cuándo el "progreso" sirve como coartada para borrar una cultura y convertir la vida en escaparate?

Actualidad10 de julio de 2025 Pedro J. Suárez García
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¿Qué ocurre cuando una sociedad transforma su paisaje en mercancía y a su
gente en decorado? ¿Cuándo el "progreso" sirve como coartada para borrar
una cultura y convertir la vida en escaparate?


La respuesta es más inquietante de lo que parece: lo que llamamos desarrollo
puede ser, en realidad, una forma moderna de colonización. Esta no es una
reflexión abstracta, sino una realidad que vive Canarias cada día, donde 
turismo masivo y la especulación inmobiliaria están reproduciendo patrones
de dominación que el poeta martiniqués Aimé Césaire ya denunció hace más
de setenta años.


En su demoledor Discurso sobre el colonialismo, Césaire planteó una tesis tan
sencilla como radical: el colonialismo no es solo una etapa del pasado, sino
una lógica que perdura. Se basa en la cosificación del otro, en su reducción
cosa útil, a recurso económico, a objeto decorativo. Esa lógica puede cambiar
de rostro —militar, religioso, económico, turístico— pero mantiene su núcleo
intacto que se basa en despojar, someter e invisibilizar.


Para entender la actualidad canaria, debemos recordar que el archipiélago fue
una de las primeras colonias de la expansión europea moderna. La conquista
castellana del siglo XV no solo implicó ocupación militar, sino la destrucción
sistemática de las culturas aborígenes y la implantación de una economía de
monocultivos orientada a la exportación. Desde entonces, Canarias ha vivido
en dependencia estructural, primero agrícola y ahora turística.


A partir del boom turístico del siglo XX, el archipiélago reconfiguró casi
exclusivamente su economía en torno al visitante extranjero. En las últimas
décadas ese turismo ha mutado, ya no se trata solo de visitantes temporales,
sino de una oleada de nuevos residentes europeos con mayor poderadquisitivo que compran viviendas, modifican el mercado inmobiliario transforman profundamente el tejido social de las islas.


Los datos son elocuentes, el precio de la vivienda en Canarias ha subido un
40% en los últimos cinco años, mientras los salarios canarios siguen entre los
más bajos de España. En municipios como Teguise o Arona, comunidades
enteras se han convertido en zonas residenciales para extranjeros, expulsando
a familias que llevaban generaciones viviendo allí.


Esta transformación reproduce los mecanismos coloniales tradicionales con
una claridad sorprendente. La desposesión del territorio, la expulsión de la
población local y la folclorización de la cultura.


Gran parte de la costa canaria ha sido privatizada o transformada para el
turismo. El suelo urbano es objeto de especulación, mientras se multiplican
hoteles, resorts y urbanizaciones orientadas al visitante extranjero. El canario
común ya no puede permitirse vivir cerca del mar donde nació.


El aumento de precios de la vivienda, alimentado por la compra extranjera y el
alquiler vacacional, está desplazando a las familias canarias de sus barrios
tradicionales. La "gentrificación insular" ya no es una metáfora, sino u
realidad que se vive en La Oliva, en Costa Teguise, en Los Cristianos.


La cultura canaria se presenta como "valor añadido" para el turista, pero no
como expresión viva. Se convierte en espectáculo, en souvenir, en marca para
vender. Mientras tanto, la identidad real y diversa del pueblo canario se ve
relegada o estigmatizada como "poco moderna".


Césaire alertaba de que el colonialismo convierte al ser humano en cosa. El
canario, en este nuevo modelo, corre el riesgo de convertirse en eso mismo, en
objeto de servicio, en decorado folclórico, en proveedor de experiencias para
otros. No se le ve como sujeto político con voz propia, sino como recurso
humano funcional al engranaje turístico.

Algunos considerarán excesiva esta analogía. Pero ¿cómo llamar a un modelo
donde la riqueza generada queda en manos de grandes cadenas extranjeras,
donde la capacidad de decidir sobre el territorio está supeditada a intereses
foráneos, y donde el relato dominante silencia cualquier reivindicación de
soberanía o identidad?


No se trata de comparar literalmente la situación actual con la colonización
armada del siglo XV. Se trata de entender que muchas estructuras de poder,
dependencia y subordinación simbólica siguen vigentes, aunque con otras
formas.


Frente a esta realidad, urge plantear una alternativa. No se trata de rechazar el
turismo ni de caer en discursos xenófobos, sino de reclamar un modelo justo,
sostenible y descolonizado que parta del protagonismo de la población local.
La descolonización debe incluir múltiples dimensiones, económica (recuperar
el control sobre los recursos), política (decidir desde Canarias para Canarias),
cultural (afirmar la canariedad como identidad legítima) y ecológica (frenar 
destrucción del territorio).


Esto significa políticas concretas como limitar el alquiler vacacional, gravar 
segunda residencia, si está vacía más de seis meses al año o no se destina al
alquiler de larga temporada, promover la agricultura local, proteger el
patrimonio cultural real, no el folclórico. Significa también que los canarios
recuperen su palabra en las decisiones que afectan a su tierra.


Césaire hablaba de "una civilización que le hace trampas a sus principios"
como una civilización en decadencia. Si Canarias quiere construir una
sociedad sana y con futuro, no puede seguir funcionando sobre la base de una
economía extractiva disfrazada de modernidad.


Canarias no es un parque temático. No es un hotel gigante. No es una postal
para el ocio europeo. Es una tierra habitada por un pueblo con memoria,
dignidad y derecho a decidir sobre su destino.

La obra de Césaire nos recuerda que todo proceso de liberación empieza por
nombrar con claridad lo que otros prefieren callar. Ha llegado la hora de que 
pueblo canario recupere su palabra, y con ella, su futuro.

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