Óscar Domínguez: El surrealista que soñó desde Canarias hasta París.

Hay artistas cuya obra trasciende el lienzo y se convierte en una declaración de vida. Óscar Domínguez, nacido en La Laguna (Tenerife) en 1906, es uno de esos genios que no solo pintó, sino que vivió su arte con una intensidad que lo llevó a las cumbres del surrealismo europeo. Su trayectoria es una mezcla de insularidad, bohemia, rebeldía y genialidad, que lo posiciona como uno de los grandes nombres del arte español del siglo XX.

Cultura12 de septiembre de 2025Diego De La Nuez MachinDiego De La Nuez Machin
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Hay artistas cuya obra trasciende el lienzo y se convierte en una declaración de vida. Óscar Domínguez, nacido en La Laguna (Tenerife) en 1906, es uno de esos genios que no solo pintó, sino que vivió su arte con una intensidad que lo llevó a las cumbres del surrealismo europeo. Su trayectoria es una mezcla de insularidad, bohemia, rebeldía y genialidad, que lo posiciona como uno de los grandes nombres del arte español del siglo XX.

Domínguez creció entre los paisajes volcánicos de Tenerife, rodeado de una atmósfera mágica que impregnó su imaginario. Su traslado a París en 1927, inicialmente por motivos comerciales, fue el punto de inflexión que lo conectó con las vanguardias europeas. Allí, en la ciudad que respiraba cubismo, dadaísmo y surrealismo, encontró su verdadera vocación. La muerte de su padre en 1931 lo empujó definitivamente hacia el arte, abandonando los negocios familiares para entregarse a la bohemia parisina.

No se conformó con seguir las reglas del surrealismo: las reinventó. Su técnica de las decalcomanías, que consistía en aplicar pintura sobre una superficie y presionarla contra otra para generar formas accidentales, fue una aportación revolucionaria al movimiento. En sus obras, lo onírico se mezcla con lo erótico, lo mecánico con lo simbólico, y lo subconsciente se convierte en protagonista. Su pintura es un grito silencioso, una provocación estética que invita a mirar más allá de lo evidente.

Domínguez fue parte del núcleo duro del surrealismo parisino, junto a André Breton, quien lo consideró “el más surrealista de los surrealistas”. Su obra se exhibió en los espacios más vanguardistas de Europa, y su nombre se colocó junto a los de Miró y Dalí como uno de los pilares del surrealismo español. Aunque fue expulsado del grupo surrealista en 1945 por apoyar a Paul Éluard en cuestiones políticas, su influencia no se desvaneció. Al contrario, su evolución posterior mostró una madurez artística que lo acercó a De Chirico y a los espacios metafísicos cargados de melancolía.

Más que un pintor: fue un pensador visual. Fascinado por las teorías de Freud, exploró el subconsciente como fuente de creación. Su vida estuvo marcada por una constante tensión entre el deseo y el dolor, entre la búsqueda de belleza y la autodestrucción. Su suicidio en 1957, en París, cerró una existencia intensa, pero abrió un legado que sigue inspirando a generaciones de artistas.

Óscar Domínguez representa la valentía de crear sin concesiones. Su obra no busca agradar, sino inquietar. En un mundo cada vez más domesticado por lo políticamente correcto, su espíritu rebelde y su estética provocadora son un recordatorio de que el arte debe incomodar, debe cuestionar, debe romper. Canarias no solo le dio origen, le dio alma. Y París le dio voz. Hoy, su pintura sigue hablando, sigue soñando, sigue ardiendo.

Entre las obras más significativas de Óscar Domínguez destacan El toro y la guitarra (1934), una pieza que condensa el simbolismo español con una estética surrealista cargada de erotismo y tensión. También es esencial Decalcomanía (1936), donde Domínguez explora su técnica más revolucionaria: la transferencia de pintura entre superficies para generar formas accidentales, que luego reinterpretaba desde el subconsciente. Esta obra no solo consolidó su lugar en el grupo surrealista de André Breton, sino que abrió nuevas posibilidades expresivas dentro del automatismo pictórico. Otras piezas como Máquina de coser electrosexual y El doble sueño de primavera revelan su fascinación por lo mecánico, lo onírico y lo sexual, en una fusión que desafiaba los límites del arte convencional2.

El legado de Domínguez va más allá de sus lienzos: es un testimonio de cómo un artista insular pudo dialogar con las vanguardias europeas sin perder su raíz. Su influencia se percibe en generaciones posteriores de artistas canarios y españoles que encontraron en él un modelo de ruptura y autenticidad. Aunque su vida terminó trágicamente en 1957, su obra sigue viva en museos, exposiciones y estudios académicos que reconocen su papel como puente entre el surrealismo ortodoxo y una visión más libre y personal del arte. El Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) y otras instituciones han contribuido a preservar y difundir su obra, reafirmando que Domínguez no fue solo un pintor, sino un visionario que convirtió el delirio en belleza.

Si estás en Canarias, el lugar más emblemático para disfrutar de la obra de Óscar Domínguez es el TEA Tenerife Espacio de las Artes, en Santa Cruz de Tenerife. Allí se conserva la Colección Óscar Domínguez y el Surrealismo, compuesta por más de medio centenar de piezas que recorren todas las etapas de su trayectoria: desde sus primeras influencias dalinianas como La bola roja (1933), pasando por sus pinturas cósmicas como Los platillos volantes (1939), hasta sus obras informalistas finales como Delphes (1957). También se exhiben objetos surrealistas y ejemplos de su técnica de la decalcomanía.

En cuanto a colecciones internacionales, muchas de sus obras han sido expuestas en museos de París, ciudad donde vivió gran parte de su vida. Aunque no hay una colección permanente en Francia dedicada exclusivamente a él, su obra ha pasado por instituciones como el Centre Pompidou y ha sido parte de exposiciones colectivas sobre surrealismo. También es posible encontrar piezas suyas en colecciones privadas y en museos europeos que han abordado el surrealismo desde una perspectiva más amplia.

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